RUTINA

Y volvía a suceder lo mismo de siempre: golpes, caídas, risas, gritos y amenazas. Y yo volvía a hacer lo mismo de siempre: aguantar, callar y llorar. Al fin y al cabo, sólo era media hora, la media hora del recreo. Estoy gorda, ¿qué más da si se llevan mi merienda? Soy fea, ¿qué más da que me encierren en el baño? Soy inútil en la vida, ¿qué más da que me lo repitan? Seguro que me están haciendo un favor.

Todo lo que me hacían ya era una rutina. Y de las rutinas todo el mundo se cansa. En este caso, yo no me rendí. Simplemente llegó el día en el que dije: Basta. Llegó el día que confesé todo lo que pasaba. No tenía nada que perder. No me quedaba nada.

Quería vivir y lo conseguí. Porque rendirse, es lo que mata a la gente. Conseguí ser feliz.

Los números de la salvación.

Diego era un chico alegre y agradable con un estilo para vestir diferente.

Al entrar al instituto, él recibía insultos por su forma de vestir pero nadie le defendía por miedo. Además, él estaba destrozado por las agresiones de sus padres y su abandono, siendo esta la razón por la que él no acudió a ellos para ayuda. Por eso, acudía a su tutor y orientadora pero estos lo ignoraban o inventaban excusas.

Tras varias semanas intensas de puro acoso escolar (la intrafamiliar desapareció tras unos juicios) la vida de Diego se derrumbaba.

Durmiéndose, recordó que los chicos que le acosaban tenían fobias  e imponiéndose en venganza empezó a usarlas en su favor, transformándose en lo que juro destruir.

Finalmente Diego se levantó chillando del sueño y rápidamente uso el teléfono llamando al 900 018 018 acabando con esa pesadilla que le toco vivir.

Oscuridad

Oscuridad. Es lo único que vio ella antes de desaparecer.

Todos los días, soportaba entre lágrimas los puños de fuego, que

le quemaban la piel y hacían plantearse si su mera existencia valía

la pena. Se hacía creer que era una soldado para así, sobrellevar

su vida.

Oscuridad. Nadie vio como gritaba de dolor mientras caía al pozo

de la desesperación. Solo había una salida.

Y es que el instituto, en otras palabras, era una guerra muy

injusta. Todos los niños luchaban contra ella, disparándole con

sus flechas de palabras envenenadas que le llegaban al corazón.

“Ella era una niña alegre, aunque no tenía amigos” “Pero… Ella

estaba bien”. Ella, ella, ella… Todos comentaban el triste final de

esta historia, sin saber que “ella” era una de las muchas

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